Vi Emily in Paris el momento en el que salió, aunque la dicotomía de mis emociones al respecto hizo que tardara bastante en escribir sobre el tema. La vi en dos noches. Me la devoré. Sinceramente, no les quiero mentir, me pareció entretenida, hasta de a ratos graciosa (porque como diría mi bff “vivo por las series pochocleras“). De algún modo me vi involucrada en la vida del personaje principal y deseé que el guión se desarrolle de una manera y no de otra. Disfruté de algunos personajes que vi reflejados en mi vida real y “aburrida”, soñé con tener su trabajo y vivir en un depto sin pagar alquiler en plena Europa sin pandemia. Sin embargo, ciertos aspectos de la serie me generaron un comezón que con los días creció y creció hasta opacar por completo el disfrute.
La realidad es que la serie es banal, hegemónica y estereotípica. El debate puede ir hacia muchísimos lugares, posturas hay un millón sobre la falta de representación real con actores hegemónicos “blancos y atractivos”, el retrato de una mujer empoderada que tiene que “eliminar a la competencia” como una versión barata del feminismo moderno (revolt lo dijo mejor), una idea del marketing cliché, y más. Pero lo que a mí más me molestó, y permítanme llevarlo a un plano extremadamente personal, es la sobre-idealización de Paris, el retrato del mismo París hollywoodense de siempre. Es que, ¿no están, aunque sea un poquito, cansadxs de romantizarlo tanto? Osea, si, Paris es una gran ciudad, con ciudadanos peculiares, arquitectura increíble y gusto exquisito. Y como cualquier otra gran metrópolis es conocida por sus estereotipos y quienes la visitaron tienen, sin excepción, al menos una historia interesante que contar. Por que hay marketing detrás de su imagen, eso es un hecho. Amamos a la ciudad del amor porque la estrategia funcionó (recomiendo mucho ver este video quote: “I understand everyone who has an unrealistic infatuation with Paris“).
Por mi parte, visité París hace aproximadamente seis años. Tenía 17 y estaba llena de sueños e ideas capitalistas que nublaron mis expectativas. Estaba de intercambio y parte del Eurotrip era un día y medio en la ciudad de las luces. Por la noche visitamos la torre Eiffel y al día siguiente teníamos cuatro horas para recorrer la ciudad como gustásemos (en el proceso me perdí en un guetto, me desilucioné con la Monalisa y me robaron 20 euros). Quiero ser clara y directa cuando diga lo siguiente: odié completamente París. Sentí una gran decepción cuando vi que la construcción social que rodeaba a la ciudad estaba completamente distorsionada. Y se que no soy la única, años después vengo a enterarme que hay todo un síndrome adjudicado a esa decepción, a encontrarte con una ciudad que no era lo que prometía ser. No podía creer que no me gustara el destino de tantos artistas, el lugar de nacimiento de tanta cultura, las calles que vieron surgir tanta historia. Supongo ahora que París con los años perdió el velo romántico que la cubría. Aunque su encanto perdure como vestigios en su arquitectura y en sus adoquines, ya no hay Belle Epoque, ni Nouvelle Vague. Es una nueva ciudad la que se impone frente a nosotros y Hollywood no parece estar viéndola.
Y no es que esté negada, créanme, todavía espero la oportunidad para darle a París otra chance, anhelo amar a la ciudad que vio madurar a tantos artistas. Pero a medida que avanzan los años no puedo evitar notar que mi odio sigue creciendo, que la imagen que construyen los medios y el contenido ficticio de Paris está comenzando a hartarme. Es como Coldplay. Mainstream. Se transformó en un consumo vacío, tomó el lugar de uno de esos clásicos que no pueden no gustarte, no porque el contenido sea malo, sino porque quienes lo consumen a nivel masivo le hacen mala publicidad. Y series como Emily in Paris perpetúan esta falsa imagen, este mito construido sobre individuos arrogantes, pero bien vestidos, que saben hornear buenos postres y que odian que no hables su idioma. Un creador que vuelve a hacer lo mismo que en Sex and The City: basa una historia en un “Sueño americano” vacío y de plástico relleno con hombres bellos y hegemónicos y ropa de diseñador. Y seguimos alimentando una industria de la moda que vive de la imagen de la “chica perfecta”, que plot twist, es francesa. Y miles de chicas quieren vivir con la elegancia y la simplicidad de una mujer que no existe. Y continuamos minimizando a un país entero en un estereotipo de silicona, que la industria sigue moldeando a su favor.
Sin embargo, me gustaría ver una segunda temporada. Me gustaría ver a Netflix tomar nota, cambiar un poco las cosas. Que las series de “minitah” tengan contenido, tengan reflexión, que los productores dejen de querer vendernos una promesa que ya varias descubrimos es inalcanzable. No queremos sólo ver a una chica “bien vestida” enamorarse del actor hegemónico de turno. No es que quiera realidad pura, necesito guilty pleasures, necesito escaparme como todo el mundo de la realidad pedorra en la que estamos viviendo, simplemente me gustaría ver un poco más del mundo real adentrarse en ese mundo de fantasía que Hollywood y la industria de la moda insisten tanto en vendernos pre-digerido. Quiero más de Frances Ha aburrida en París y menos de Emily asombrándose porque Starry Night también es el cuadro favorito de su vecino potro (Oh, shocking, de él y de la mitad de la población mundial querida). En fin, la gente está buscando historias auténticas y desde mi punto de vista Netflix necesita prestar más atención, en la producción de contenidos masivos ya no es excusa el “es que no sos el target” para cubrir la falta de calidad.
Con amor (y un poquito de odio), Coni.